Estuvimos como si fuésemos de la familia, y las vistas espectaculares al borde de las montañas, suplen con creces que esté alejado de la Medina, porque por solo un euro suben y bajan los taxis, que Layachi, uno de los dueños, nos tenía siempre en la puerta. Las terrazas del color de la paz de Chefchaouen y las habitaciones decoradas al mejor estilo marroquí (incluida cama con dosel) me hicieron pasar un cumpleaños como una verdadera princesa árabe.