Llegamos un Domingo de tarde a Tiwanaco, directo a registrarnos. Fue rápidamente evidente que éramos los únicos huéspedes del Hotel. El personal del lugar estaba integrado por una madre y su hijo, un joven que nunca se quitó su beenie negro, que no podía formar oraciones completas y que se te quedaba sonriendo todo el tiempo como diciendo “sé cuál es tu futuro”
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El Hotel NO TIENE TV’s en los cuartos y nada de WI-FI. Todo lo que puedes hacer es cenar, bañarte e ir a la cama. La limpieza y mantenimiento del cuarto era deplorable. Una gran capa de tierra y tiempo sobre la cabecera de la cama, ningún tipo de calefacción en una noche de 2 C.
Una vez cenados, quisimos bañarnos en nuestra habitación e ir directo a la cama muy cansados. Ignoramos la pintura del techo del baño que pelada caía como estalactitas. Con el cansancio, también ignoramos el hecho que la ducha se tapaba rápidamente y quedabas parado en tu propio lavado y el de quien sabe de cuantos huéspedes antes que nosotros. Finalmente, casi ignoramos que, al abrir las frazadas, notamos que la cama había sido usada y todo lo que hicieron fue tender las frazadas sobre sabanas arrugadas. Por las dudas solo nos cubrimos con las mantas y toallas sobre las almohadas.
Al salir del cuarto, notamos que el espeluznante chico siempre estaba fuera de la puerta, sentado al lado de la habitación o detrás nuestro.
Pero lo peor fue cuando a la mañana siguiente encontramos un pequeño tótem atado a la vieja lampara del cuarto.